lunes, 17 de septiembre de 2012

Bienvenida

Bienvenidos a esta bitácora que da cuenta del despertar y viaje de un laúd que mira el mundo a través de una celosía labrada, que le habla al mundo en voz baja. Que se regocija en las promesas del mañana. 
Su paso no deja huella, como el pez en el agua, como el ave en el viento, como el hombre en la mujer. 
Su mirada queda trémula al brillo del sol de su mañana, los rincones de su cóncava recámara aún pueden guardar más sonidos.
Pero no piensen que es una bitácora fetichista; si un artefacto de madera con cuerdas llega a tener protagonismo en mis palabras, es por sus cualidades simbólicas, por ser un pecho contra mi pecho durante tantas horas, por haber sido el mejor amigo de hombres como el Galileo viejo, por no rehuir al dolor humano, por no gritar de miedo, por su amor al equilibrio.
Entre el griterío de voces destempladas, parece mudo; frente a los oídos necios, es inútil maquinaria; pero su voz no termina, aunque haya dormido por años, su voz es joven, y despierta con delicadeza.
Toqué por primera vez un laúd en la casa de Daniel Guzmán, con mi tía Carmen Elena, y ahora que me recuerdo explorándolo no puedo desprenderme de la imagen de un primate curioso haciendo uso de sus manos. Pero sospeché desde ese momento, que me gustaba tener esa voz, que podía decir las cosas que vale la pena decir, con esa voz; y sospeché entonces que podía aprender un lenguaje de sabiduría, aunque quedará al margen de su entendimiento, la proximidad me brindaría un calorcito, vital, indispensable para mi supervivencia.
Eso fue en el año 1996.
Este es el año 2012, y mi amiga Lorena Uribe, que emprende un estudio de ciertos aspectos de la percepción musical a través de la poesía de siglos de oro, me envía este soneto de Juan de Iranzo:


Foto:Daniela González
A un laúd, uno que lo tañía

De herirte, laúd, jamás me alejo,
ni el Amor de herirme se refrena;
a ti te ciñe cuerda, a mí cadena;
tú suenas dulcemente, yo me quejo.




Tu pecho está herido, yo no dejo
de tener en el mío llaga y pena;
a ti y a mí nos tiempla mano ajena;
tú eres por ti mudo, yo perplejo.

Tú de box, yo amarillo; tú, hincadas 
las clavijas que tuercen donde quiero;
yo, mil flechas de amor, de Amor guiadas.

Tú eres muerto, yo muero si te hiero;
los golpes te dan vidas acordadas;
dolor es vida en mí, sin él yo muero.




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