Manuel Mejía Armijo, enero 2013
Me sentí muy
afortunado cuando Lorena Maza me invitó a colaborar en un montaje
teatral que apostaba a un texto muy antiguo. Lorena, definitivamente
creía en el poder del texto, de ese texto: no habló de hacer
adaptaciones para darle actualidad, no habló de insertar localismos,
bromas modernas ni comparaciones con cosas del momento. En aquel
primer encuentro, me comentó que llevar a cabo el proyecto de
Inanna, era un antiguo propósito que tenía desde hace años y que
se había ido cocinando lentamente hasta que de pronto, había
surgido la oportunidad de darle salida al público.
El tiempo es un dios
que como enemigo es cruel, implacable y fatal, pero como amigo puede
dar bellas satisfacciones. Así se muestra benévolo con las
tablillas de Enheduana, cuyos glifos cuneiformes son arrojados a la
playa de estos días de invierno para despertarnos con su sentido; el
tiempo, dios aliado espléndido de Noah Kramer y también de Elsa
Cross, quienes inmunes a las prisas avanzaron con una lamparita en la
mano buscando el mensaje de lo humano y lo divino en la poesía
primigenia, motor de todo lenguaje.
Omnipresente, el tiempo
es un dios de lo grande y lo pequeño. Se manifiesta en el aliento
poderoso de las palabras de Enheduana vertidas hace unos cuatro mil
quinientos años, que me envuelve y me despierta, y se manifiesta en
el camino de mi vida: entrañables artistas con quienes he compartido
la creación desde hace años, fuimos reunidos en este montaje.
Kaveh Parmas y Manuel Mejía en la tumba de Furugh Farrojzad, Therán, 2009 |
A Kaveh Parmas lo
conocí en el año 2001 en el teatro El Galeón y desde entonces
hemos trabajado juntos casi ininterrumpidamente con La Giralda
-ensamble que formamos ese mismo año- en una serie de proyectos
plenos de vida y creación. Viajamos a Therán, Irán a visitar la
tumba de Furugh Farrojzad; viajamos a una playa desierta del Pacífico
para musicalizar un gran espectáculo fallido al estilo Fitzcarraldo;
hemos cosechado modestos éxitos y productivos fracasos. He aprendido
mucho de él y nuestro trabajo en equipo me ha traído enormes
satisfacciones.
Carmen Mastache con el grupo Segrel, Ciudad de México, 2003 |
A Carmen Mastache la
conocí el año de 1996 en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del
CCU; entre los dos interpretábamos la música en la obra “Servando
o el arte de la fuga”, desde un rinconcito. Recuerdo bien su gran
disponibilidad: cantaba, tocaba el sax, si era necesario entraba al
centro del escenario a bailar. Aprendí mucho de ella desde el
principio y forjamos tempranamente una relación de amistad amable,
productiva, que trajo como consecuencia conciertos, grabaciones,
viajes, convivencias. Su talento, su vocación musical, el cuidado de
su salud y su sagacidad me han admirado desde entonces; cuando le
comenté que estaba dejando de fumar me dijo: “¡Mucho cuidado,
ahora tendrás que aprender a respirar!”. La recuerdo viajando
embarazada por las curvas de la Huasteca al final de una gira con el
grupo Segrel -ensamble que compartimos durante seis años-, o
visitando a Margit Frenk en su departamento de Fuentes del Pedregal,
o defendiendo foribunda la dignidad del artista escénico. Compartir
el escenario con Carmen es todo lo bueno que puede contener la
expresión “Me siento con en casa”.
José Pablo Jiménez y Manuel Mejía, 2009 |
Mehdi Molai y Manuel Mejía, Ciudad de México, 2011 |
En la primavera del
2006, saqué cargando de la cama a mi hijo de tres años, lo subí al
auto y manejé hasta Paracho, Michoacán para realizar un concierto
de instrumentos antiquísimos. Quien me convocó fue el maestro
Daniel Guzmán, que impartía un curso de construcción de instrumentos
antiguos relacionados con la guitarra a los famosos lauderos del hermoso pueblo michoacano. En el primer curso se
construían liras rústicas, laúd copto, guitarra hitita, nefer
egipcio, pandora romana, entre otros; Daniel me invitó a preparar un
concierto donde se escucharan esos instrumentos, para que los
lauderos participantes pudieran guiarse por el sonido; yo quedé
enamorado de los objetos sonoros en cuanto se me reveló el sonido de
la lira rústica al pulsar sus tibias cuerdas, cuando su sonido me
abrazó y me embriagó ligeramente, cuando brotó el grito honesto
del copto, al oír su voz directa y desnuda... pero como a
veces sucede con el amor, fue vencido por el polvo, que se fue
acumulando sobre el copto y el hitita que dormían
sobre mi librero; la lira quedó colgada de un gancho en la pared con
una o dos cuerdas reventadas. Tal vez Daniel Guzmán es el sukkal
del dios del tiempo, o su sacerdote en estos días, pues ha
despertado de su largo sueño a esos antiquísimos objetos, los ha
formado de madera, pieles de animales, cuerdas; y les ha dado el
alimento de vida y el agua de la vida.
Daniel Guzmán en una presentación de los instrumentos arcaicos, Morelia 2007 |
Algunos de los instrumentos utilizados en la música de Inanna |