miércoles, 30 de enero de 2013

Inanna y la música. Parte I


Manuel Mejía Armijo, enero 2013

Me sentí muy afortunado cuando Lorena Maza me invitó a colaborar en un montaje teatral que apostaba a un texto muy antiguo. Lorena, definitivamente creía en el poder del texto, de ese texto: no habló de hacer adaptaciones para darle actualidad, no habló de insertar localismos, bromas modernas ni comparaciones con cosas del momento. En aquel primer encuentro, me comentó que llevar a cabo el proyecto de Inanna, era un antiguo propósito que tenía desde hace años y que se había ido cocinando lentamente hasta que de pronto, había surgido la oportunidad de darle salida al público.
El tiempo es un dios que como enemigo es cruel, implacable y fatal, pero como amigo puede dar bellas satisfacciones. Así se muestra benévolo con las tablillas de Enheduana, cuyos glifos cuneiformes son arrojados a la playa de estos días de invierno para despertarnos con su sentido; el tiempo, dios aliado espléndido de Noah Kramer y también de Elsa Cross, quienes inmunes a las prisas avanzaron con una lamparita en la mano buscando el mensaje de lo humano y lo divino en la poesía primigenia, motor de todo lenguaje.
Omnipresente, el tiempo es un dios de lo grande y lo pequeño. Se manifiesta en el aliento poderoso de las palabras de Enheduana vertidas hace unos cuatro mil quinientos años, que me envuelve y me despierta, y se manifiesta en el camino de mi vida: entrañables artistas con quienes he compartido la creación desde hace años, fuimos reunidos en este montaje.
Kaveh Parmas y Manuel Mejía en la tumba de Furugh Farrojzad, Therán, 2009
A Kaveh Parmas lo conocí en el año 2001 en el teatro El Galeón y desde entonces hemos trabajado juntos casi ininterrumpidamente con La Giralda -ensamble que formamos ese mismo año- en una serie de proyectos plenos de vida y creación. Viajamos a Therán, Irán a visitar la tumba de Furugh Farrojzad; viajamos a una playa desierta del Pacífico para musicalizar un gran espectáculo fallido al estilo Fitzcarraldo; hemos cosechado modestos éxitos y productivos fracasos. He aprendido mucho de él y nuestro trabajo en equipo me ha traído enormes satisfacciones.


Carmen Mastache con el grupo Segrel, Ciudad de México, 2003
A Carmen Mastache la conocí el año de 1996 en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del CCU; entre los dos interpretábamos la música en la obra “Servando o el arte de la fuga”, desde un rinconcito. Recuerdo bien su gran disponibilidad: cantaba, tocaba el sax, si era necesario entraba al centro del escenario a bailar. Aprendí mucho de ella desde el principio y forjamos tempranamente una relación de amistad amable, productiva, que trajo como consecuencia conciertos, grabaciones, viajes, convivencias. Su talento, su vocación musical, el cuidado de su salud y su sagacidad me han admirado desde entonces; cuando le comenté que estaba dejando de fumar me dijo: “¡Mucho cuidado, ahora tendrás que aprender a respirar!”. La recuerdo viajando embarazada por las curvas de la Huasteca al final de una gira con el grupo Segrel -ensamble que compartimos durante seis años-, o visitando a Margit Frenk en su departamento de Fuentes del Pedregal, o defendiendo foribunda la dignidad del artista escénico. Compartir el escenario con Carmen es todo lo bueno que puede contener la expresión “Me siento con en casa”.
José Pablo Jiménez y Manuel Mejía, 2009
Lorena Maza nos otorgó la confianza a Kaveh y a mí para conformar el equipo de músicos, convocando el talento de Mehdi Molaei, llegado a México desde Irán en el año 2011, formado en la tradición clásica de la música persa y con quien he compartido proyectos interesantísimos de intercambio y aprendizaje; y de José Pablo Jiménez, habilidoso e inquieto multi-instrumentista especializado en viola da gamba, vielle e instrumentos antiguos de cuerda frotada, con quien he compartido diversos programas de concierto y grabaciones de música antigua. El dios del tiempo me hizo otro precioso regalo cuando Kaveh propuso la participación de Nohoko Kobayashi, quien fue fugaz alumna mía de guitarra en el año 1993, y ahora la reencuentro convertida en una poderosa ejecutante de Taiko, y con precisa disposición para interactuar con la escena.
Mehdi Molai y Manuel Mejía, Ciudad de México, 2011
Nahoko Kobayashi, 2013
En la primavera del 2006, saqué cargando de la cama a mi hijo de tres años, lo subí al auto y manejé hasta Paracho, Michoacán para realizar un concierto de instrumentos antiquísimos. Quien me convocó fue el maestro Daniel Guzmán, que impartía un curso de construcción de instrumentos antiguos relacionados con la guitarra a los famosos lauderos del hermoso pueblo michoacano. En el primer curso se construían liras rústicas, laúd copto, guitarra hitita, nefer egipcio, pandora romana, entre otros; Daniel me invitó a preparar un concierto donde se escucharan esos instrumentos, para que los lauderos participantes pudieran guiarse por el sonido; yo quedé enamorado de los objetos sonoros en cuanto se me reveló el sonido de la lira rústica al pulsar sus tibias cuerdas, cuando su sonido me abrazó y me embriagó ligeramente, cuando brotó el grito honesto del copto, al oír su voz directa y desnuda... pero como a veces sucede con el amor, fue vencido por el polvo, que se fue acumulando sobre el copto y el hitita que dormían sobre mi librero; la lira quedó colgada de un gancho en la pared con una o dos cuerdas reventadas. Tal vez Daniel Guzmán es el sukkal del dios del tiempo, o su sacerdote en estos días, pues ha despertado de su largo sueño a esos antiquísimos objetos, los ha formado de madera, pieles de animales, cuerdas; y les ha dado el alimento de vida y el agua de la vida.
Daniel Guzmán en una presentación de los instrumentos arcaicos, Morelia 2007
Aquella tarde del verano pasado en que Lorena Maza me habló de Inanna, desempolvé los instrumentos, preparé la goma laca, lijé sus múltiples caras, los doté de nuevas cuerdas y comprobé que aún rebosaban de vida. Como en un ritual, cada uno de los elementos tomó su lugar, cada uno de los músicos, dotados con nuestros atributos instrumentales, nos convertimos en portadores de un nuevo mensaje sonoro venido de lo hondo del pozo del tiempo. El escenario, hirviendo ya con la vida proyectada por los actores, ha sido el grimorio donde seguimos sumergidos haciendo música, ahogándonos de eternidad.
Algunos de los instrumentos utilizados en la música de Inanna